Prólogo – Soy inocente

Algo redondo, radiante y dorado brillaba en la oscuridad.

En una pequeña y estrecha habitación en la parte trasera de una gran mansión, envuelta en la oscuridad y en un silencio tan tenso que parecía cortante, Cordelia estudió el extraño objeto redondo, brillante y dorado.

¿Qué es? Se preguntó ella.

Su cabello rizado y suave como algodón de azúcar, caía por sobre sus mejillas. Era una sirvienta encantadora. Sostenía un candelero de hierro, que parecía fuera de lugar en sus manos diminutas, regordetas e infantiles.

La débil flama anaranjada de la vela iluminaba muy poco el suelo de la habitación oscura y aquel extraño objeto yacía en el suelo.

Cordelia extendió la mano y lo recogió con cautela.

¡Es hermoso! Se sentía suave. Ella lo sostuvo cerca de su cara. Era redondo y plano, con un rostro humano tallado en él y por alguna razón, también había números en el mismo. Se preguntó qué significaban.

La flama de la vela parpadeó con el débil aliento de Cordelia y el extraño objeto brilló en respuesta.

¡Es lo más hermoso que he visto en mi vida!

Con los ojos brillantes, Cordelia acarició el extraño objeto una y otra vez con sus dedos. La cosa brillaba aún más, como si estuviera feliz de ser acariciada, mientras ella lo estaba mirando alegremente; cuando, de repente, notó algo y sostuvo el candelero haciendo que alumbre hacia abajo.

A la derecha, a la izquierda. Por delante y atrás, iluminó el suelo oscuro.

Uno, dos, tres. El rostro de Cordelia se llenó de asombro ¡Hay más cosas raras! ¡Hay muchas en el suelo!

Cordelia se agachó y extendió la mano lentamente. Había objetos extraños, estaban esparcidos por todo el piso y la flama de la vela destelló suavemente sobre aquellos objetos redondos y dorados, tiñendo de dorado el hermoso rostro de Cordelia.

¡Hay tantos tesoros! ¡Y son tan bonitos! Cordelia los recogió con alegría, pero había tantos que no pudo recogerlos todos.

Su pequeño rostro se contrajo gradualmente por el miedo, la fuerza abandonó sus manos y los extraños objetos se derramaron por el suelo de nuevo, traqueteando.

¿Qué son? ¿Por qué están en el suelo? Cierto, se suponía que había alguien aquí. ¿En dónde está?. —Miró alrededor cuidadosamente.

La habitación estaba envuelta en una oscuridad negra, como el azabache, y Cordelia llamó con voz temblorosa, pero no hubo respuesta. Su voz se apagó, como si se la tragara la oscuridad y sus labios rojos se apretaron.

*¡Whoosh!*. La flama de la vela se onduló.

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